Este estado de cosas se da en todos los órdenes de la vida, sea por razones de nacionalidad, raza, religión, género, etc. Lo más grave es que la terrible discriminación existente termina por resultarnos normal. La gran mayoría no se conmueve al saber, por ejemplo, que siete millones de niños mueren anualmente de enfermedades perfectamente curables o que mil millones de seres humanos pasan hambre, mientras asistimos –¿con admiración?- al obsceno espectáculo de la riqueza de unos pocos. O que entre 100.000 y 8.000.000 de
presuntas brujas -los cálculos difieren mucho- fueron quemadas desde la
Edad Media, en nombre de Dios.
Una de las discriminaciones más atendidas, pero no por eso solucionada, es la que se ejerce contra las mujeres. En algunas culturas, su situación llega a ser monstruosa. En occidente es ahora mejor que en otras, aunque todavía queda muchísimo por hacer.
En Europa, hace seis o siete mil años, se exaltaba la fertilidad. La Tierra y la mujer, dadoras de vida, ocupaban un lugar central. Diversos factores, entre ellos la llegada de pueblos guerreros, que se impusieron por la fuerza, fueron provocando, paulatinamente, la sustitución de las diosas por dioses y del matriarcado por el patriarcado. Quizá se podría decir que reemplazaron el culto a la vida por uno dedicado a la muerte.
En la Grecia clásica, especialmente en Atenas, hace más de 2500 años, ya completamente establecida la sociedad patriarcal, una Grecia que se considera la principal cuna de nuestra civilización, cuyos arte, ciencia y filosofía todavía nos asombran, las mujeres y los esclavos tenían una situación legal similar, eran meras posesiones. Un padre podía vender a su hija como esclava si había perdido la virginidad y se usaban niñas esclavas como prostitutas.
En el patriarcado se le niega a la mujer el don de la creatividad, salvo la doméstica. En otros campos, particularmente en el del arte, la única excepción podría ser la poesía lírica, tal vez por su relación con lo sentimental, considerado característico de la femineidad. Según esa concepción, los hombres poseen la inteligencia, además de la fuerza y la valentía; las mujeres, la sensibilidad.
Safo de Lesbos |
El terreno musical no es una excepción en lo que respecta a la discriminación femenina. El único caso conocido de compositora de la que se conserva obra, a todo lo largo de la historia de occidente hasta el siglo XIX, es el de Hildegard von Bingen. Se trata de una religiosa alemana muy polifacética, que vivió en el siglo XII: abadesa, médica, escritora, compositora y considerada profetisa en su época.
Aunque en la Edad Media todas las actividades culturales de las clases dominantes eran desarrolladas casi exclusivamente por la Iglesia, para las mujeres con aspiraciones creativas, pertenecer a ella era particularmente apropiado, porque las liberaba de las obligaciones “propias de su sexo”, ser esposa y madre. Valgan en ese sentido los casos (posteriores al medioevo) de las poetisas santa Teresa de Avila (siglo XVI) y sor Juana Inés de la Cruz (s. XVII).
A las mujeres se las consideraba aptas para interpretar lo que creaban los hombres, pero nada más. Hubo famosísimas cantantes ya en el período barroco y también instrumentistas –especialmente virtuosas del piano- extraordinariamente apreciadas, sobre todo desde el siglo XIX[5].
Pero ni en ese campo la tuvieron fácil. En Italia, en el siglo XVI, basándose en las palabras de san Pablo, “las mujeres deben permanecer en silencio en la iglesia”, el papa Paulo IV emitió una bula prohibiendo el canto femenino en los locales eclesiales, medida que pronto se extendió a los teatros. Como consecuencia, se comenzó a castrar a los niños cantores más destacados, para que no cambiaran la voz y tener, entonces, voces agudas que pudieran sustituir a las femeninas. Esta aberración continuó realizándose hasta casi el final del siglo XIX; el último castrato musical murió en 1922[6].
Efectuar un análisis más o menos completo de la discriminación musical de género escapa tanto a mis posibilidades como a las del medio elegido para confeccionar este material. En consecuencia, me limitaré a acercarme a algunos casos en los que las mujeres implicadas tienen una estrecha relación con compositores famosos. Encontraremos en dichos ejemplos distintos grados de trato discriminatorio y también diferentes reacciones ante él.
Fanny Mendelssohn Bartholdi (1805-1847) fue la hermana mayor de Félix. Pertenecían a una acaudalada familia de banqueros y recibieron una amplia y refinada educación.
Su abuelo, Moses Mendelssohn, es considerado el más importante intelectual judío del Iluminismo alemán del siglo XVIII. Proponía la tolerancia y la asimilación de los judíos alemanes en la cultura germánica. De sus seis hijos, dos permanecieron en el judaísmo, mientras que los otros cuatro se hicieron cristianos: la mitad, católicos y la otra mitad, protestantes, incluyendo a Abraham, padre de Fanny y Félix.
Fanny fue compositora, pianista y directora. Su talento musical se manifestó precozmente, igual que el de su hermano. No obstante, su condición de mujer le impidió dedicarse profesionalmente a la composición, actividad reservada al género masculino. De ella se esperaba que se casara y fuera una buena ama de casa, lo cual hizo. Su padre le escribió un par de cartas muy ilustrativas. En la primera dice que la música “será siempre un ornamento, nunca el fundamento de tu existencia en la vida cotidiana”. La otra, en tono de reproche, es todavía más explícita: “Debes dedicarte más seria y diligentemente a tu auténtica profesión, a la única profesión de una jovencita, la de ser ama de casa.” Sin embargo, su pasión por la música y su privilegiada situación económica hicieron posible que, a pesar de todo y dentro de ciertos límites, permaneciera musicalmente creativa a lo largo de toda su corta vida.
Su actividad musical se centró en su salón, en su propio salón, que se convirtió en un evento cultural de considerable importancia, al que llegaban muchos de los mejores músicos (y también poetas) que residían en o pasaban por la ciudad. Ella confeccionaba los programas, tocaba[7], dirigía y daba a conocer tanto la obra de otros autores como la suya.
Escribió cerca de 500 composiciones, lieder la mitad de ellas, pero también, además de muchas piezas para piano, música coral a capella, música de cámara para diferentes instrumentos y algunas obras dramáticas largas, como cantatas y un oratorio. Es síntoma de la resistencia social de la época a las mujeres compositoras, que algunas de sus obras fueron publicadas no con su nombre, sino con el de su hermano.
En un viaje a Italia conoció al compositor francés Charles Gounod. Este afirmaba que Fanny lo había influido musicalmente. En sus Memorias dijo de ella: “fue una música más allá de toda comparación”, y más adelante: “gracias a su maravilloso talento y prodigiosa memoria[8] me introdujo al conocimiento [… ] de algunas obras alemanas, entre otras, de Bach[9], [… ] y Mendelssohn, que fueron para mí la revelación de un mundo desconocido”.
Fanny no publicaba porque su padre se lo impedía. Abraham murió en 1835 y Félix asumió la jefatura familiar. El también se opuso a que lo hiciera. Ella se animó muy tardíamente a independizarse del criterio fraterno, apenas un año antes de morir y, al hacerlo, obtuvo éxito editorial. Antes, y pese a la muy cercana relación que los dos hermanos tuvieron desde la infancia, durante la cual Félix aprendió mucho de su hermana mayor[10], ésta se sentía enormemente insegura como compositora, hasta el punto de que, en una carta, le asegura que dejará de escribir si no tiene su aprobación.
En su postrera rebelión tuvo mucha importancia el juicio de Gounod, que le infundió confianza en sí misma.
Clara Schumann, nacida Clara Wieck (1819 – 1896), es un caso diferente en algunos aspectos; en otros, no.
Su padre, Friedrich Wieck, fue su profesor de piano y también su manager durante los primeros años de su carrera como solista. Cuando tenía cinco, sus progenitores se divorciaron y como en esa época los hijos eran propiedad del padre, quedaron bajo su custodia. Desde ese momento, casi no vio a su madre. Tuvo una excelente educación en el campo musical, pero muy pobre en el resto.
A los nueve tocó por primera vez en el Gewandhaus e hizo su debut formal a los once. Se presentó en París a los doce y deslumbró a Viena cuando tenía dieciocho. El padre era despótico y a veces cruel, aunque, sin duda, un buen empresario.
Wieck se opuso tenazmente al matrimonio de Clara con Schumann, al extremo que la pareja debió obtener un permiso judicial para casarse, después de una larga batalla legal. La relación entre ambos, documentada por una extensa correspondencia, siempre se considera como modelo de amor. Y, sin duda, los unían profundísimos sentimientos. Pero no todo eran rosas.
Después del casamiento, Robert la reprimió como compositora y sólo más tarde ella renunció a su carrera autoral. (Además tuvo ocho hijos.) Pudo destacarse, sí, como solista y profesora. Su carrera como pianista duró sesenta años y fue admirada por Chopin, Paganini, Liszt, Mendelssohn… En este aspecto la consideraban una igual de Liszt, Thalberg y Anton Rubinstein, la llamaban “la reina del piano” y tuvo gran influencia en el desarrollo de la ejecución de este instrumento en el siglo XIX. Fue, asimismo, de los primeros en tocar de memoria y de hacer recitales en solitario.
Toda la obra de Clara es de adolescencia y juventud, lo que bien puede explicar que se maneje mejor con las formas pequeñas que con las grandes.
Aparentemente, los sentimientos de Schumann hacia su esposa en tanto artista, eran una mezcla de admiración y celos. El fue conocido como compositor gracias a las exitosas giras internacionales de Clara, y más de una vez regresó de ellas enfermo, deprimido o furioso.
Schumann, quien sufrió graves desarreglos emocionales desde la juventud, finalmente enloqueció. Después de arrojarse al Rin[11] y ser rescatado, se internó voluntariamente en un manicomio, en donde pasó sus últimos años.
Muerto Robert, Clara regresó a dar conciertos, pero ahora con una actitud completamente distinta. Como una sacerdotisa del arte, se dedicó a difundir la música del fallecido, que siempre incluyó prioritariamente en sus programas. Realizó numerosas giras por Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, Suiza, Rusia y las Islas Británicas, siempre vestida de riguroso luto, sin sonreír en ninguna ocasión.
Además, editó la obra de Schumann y realizó una versión comentada de la de piano. Para toda esta tarea contó con la colaboración de varios músicos importantes, en especial de Brahms.
Clara dio su último concierto en 1891 y siguió enseñando hasta su muerte, en 1896.
Había sido nombrada, en 1878, profesora principal del Conservatorio Hoch de Francfort.
Se trató, sin duda, de una personalidad absolutamente excepcional, con un talento fuera de lo común y una inmensa voluntad. Además de todo lo expuesto, fue su propia empresaria y mantuvo económicamente a algunos hijos y nietos. Aceptó, sin embargo, el criterio social predominante, que asignaba -¿asigna?- a las mujeres un papel subordinado en lo que respecta a la creatividad. Tuvo una vida personal difícil, en muchos aspectos, trágica. Triunfó en lo musical, pero muy probablemente su éxito hubiera sido mayor de haber vivido en una sociedad con iguales oportunidades para ambos géneros.
El caso de Alma Mahler Gropius Werfel (Schindler de soltera) resulta bastante peculiar. Fue una brillante, polémica e irresistible vienesa que nació en 1879 y murió en 1964.
Creció en un entorno intelectual y conoció, desde la infancia, a los más importantes artistas de esa ciudad, uno de los grandes centros culturales europeos.
En 1902 se casó, embarazada, con Gustav Mahler, a quien contactó con la vanguardia musical vienesa, representada por Arnold Schönberg y sus alumnos.
Con anterioridad, tuvo relaciones sentimentales con el pintor Gustav Klimt[12], con Max Burckhard, director teatral, y con su profesor de composición, Alexander von Zemlinsky.
Para casarse con ella, Mahler puso como condición que abandonara la creación musical[13] porque, según él, no debía haber dos músicos en el hogar. Se convirtió, entonces, en un ama de casa que cumplía, además, funciones de ayudante, copiando obras o revisando las pruebas de las ediciones.
Pero un día conoció al arquitecto Walter Gropius e inició una relación con él. Posteriormente, en 1919, Gropius fundaría la afamada escuela Bauhaus, de artesanía, diseño, arte y arquitectura, en la que dieron clases, entre muchos otros, Kandinsky y Klee. Fue cerrada por los nazis en 1933.
Cuando Mahler se enteró del affaire de su esposa, además de visitar el consultorio de Sigmund Freud, una novedad en la época, le exigió a Alma una definición. Ella eligió quedarse con el músico… pero no rompió con el arquitecto.
Poco después, en 1911, Gustav murió y son bastantes los que dicen que ella no lo atendió adecuadamente durante su complicada última enfermedad.
Alma, pintada por Kokoschka |
Desde 1912 a 1915 mantuvo otra tempestuosa relación, ahora con el pintor Oscar Kokoschka, quien la retrató varias veces.
Finalmente, asustada por el cariz que estaba tomando el asunto, que bordeaba la locura, Alma abandonó al artista. Este pintó entonces La novia del viento.
La conquistadora de grandes talentos regresó a Gropius, con quien se casó ese mismo año de 1915 [14]. Pero la felicidad duró poco: lo engañó con el poeta y novelista Franz Werfel y en 1920 se divorciaron.
Unos años después, en 1929, se casó por tercera y última vez, en esta ocasión con Werfel. En 1932 también fue amante del sacerdote católico Johannes Hollsteiner. En 1838, huyendo de los nazis –ambos eran judíos-, el matrimonio abandonó Alemania y después de una estancia en Francia, se estableció en Los Angeles, EE. UU[15].
El murió en 1945. Alma se instaló en Nueva York, en donde fue una figura destacada del ambiente cultural.
Aunque parece haber sido una transgresora compulsiva, aceptó –por lo menos con Mahler- las condiciones de subordinación femenina impuestas por la sociedad. Es, sin duda, un caso muy distinto a otros, pero en él también nos encontramos con que el cometido de la mujer es ocuparse de la casa, de los hijos y, a lo sumo, colaborar con el marido en las tareas más tediosas. Esa era la ley y, aunque en menor medida, muchas veces aún lo sigue siendo. Y resulta más fácil practicar la infidelidad que lograr la independencia.
He dejado para el final un ejemplo que resulta paradigmático, el de Maria Anna Walburga Ignatia Mozart (1751 – 1829), cariñosamente apodada Nannerl.
Mariana Mozart |
Debido al prodigioso talento musical de sus hijos, Leopoldo organizó largos viajes para exhibirlos, fundamentalmente en las cortes europeas, y con ello ganar dinero, en una mezcla de espectáculo musical y circense.
El llamado “gran viaje” comenzó en 1763 y duró varios años. Las críticas de sus actuaciones hablan de la “genialidad” y del “prodigio”, tanto de Wolfgang como de Nannerl.
Muy probablemente como consecuencia de ese insólito tipo de vida, bastante alejado de la realidad normal, los dos hermanos desarrollaron una gran solidaridad. Tenían un lenguaje secreto, que sólo ellos entendían, e inventaron un reino, en el que él era el rey y ella la reina.
Pero cuando Mariana llegó a una edad casadera, su carrera musical se acabó. Leopoldo, incluso, le hizo dar clases de piano a jóvenes nobles del entorno para financiar parcialmente las giras que tenía planeadas con Wolfgang. A partir de 1770, los hombres de la familia viajan más de una vez a Italia. Mariana y su madre languidecen en Salzburgo, por lo que, en las cartas, aquélla muestra su tristeza y, tal vez, su envidia. En 1779, Wolfgang y su madre realizan otro viaje, especialmente a París. Y parecería que aquí se produce un punto de inflexión. “El día de la partida lo pasé en cama, con vómitos y un gran dolor de cabeza”, escribe en su diario. La joven había comenzado a somatizar su frustración.
Wolfgang, además de genial, era rebelde, vivía ajeno a la realidad y tenía reacciones imprevisibles. A pesar de o gracias a eso, mal que bien fue construyendo su independencia. Su hermana, en cambio, poseía una ilimitada capacidad de sumisión. Acataba la voluntad de Leopoldo, pero su cuerpo se rebelaba. Y esto ocurría no sólo en el ámbito musical.
Más de una vez, por ejemplo, el padre impidió que Mariana se casara con quien quería. Y ella aceptaba, pero seguía enfermándose. En una ocasión el hermano, que ya vivía en Viena, le escribió animándola a rebelarse y sosteniendo que sus males se iban a curar con el matrimonio.
Finalmente, Leopoldo le consiguió el partido adecuado para él: un magistrado millonario, mucho mayor que ella, dos veces viudo y con cinco hijos. Con él tuvo tres niños, el mayor de los cuales, por misteriosa decisión del abuelo, fue criado por éste.
Durante todo este proceso, parecería que Mariana desarrolló un resentimiento contra el hermano. Su origen se puede detectar en los viajes a los que ella no pudo ir, sobre todo el realizado a Francia. Y es probable que la marcada preferencia de su padre por el hijo varón, su desacuerdo con el matrimonio y con distintas actitudes de Wolfgang, a veces insólitas e irreverentes, lo hayan ido alimentando. Lo cierto es que en los tres últimos años de vida de éste, no tuvieron ningún contacto.
Al enviudar, en 1801, regresó a Salzburgo y trabajó como profesora de música, no por necesidad material, porque su marido la dejó en una sólida posición económica.
Su salud decayó en los últimos años y terminó ciega. Dicen que poco antes de morir expresó a unos visitantes: “No saben lo que significa tener talento y no poder expresarlo”. Muy probablemente nunca lo dijo. El mundo está lleno de frases célebres jamás pronunciadas, y ésta tiene toda la apariencia de ser una de
ellas.
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Los ejemplos concretos pueden ser más convincentes que las frías estadísticas. Hemos visto sólo cuatro, todos vinculados a grandes artistas de los que mucho se habla. Pensemos un momento en que estos pocos casos ilustran sobre millones de situaciones, ocurridas a lo largo de la historia, en las que la muerte prematura, la pobreza, la enfermedad, el género o cualquier otro factor han impedido que se manifiesten las aptitudes o la vocación. Si lo hacemos, tal vez cambie –un poco, por lo menos- nuestra concepción de la vida.
[1] En los últimos tiempos se ha producido un cierto cambio en lo que respecta a la consideración que nos merecen los animales, el cual, lamentablemente, no ha alcanzado al rey de España.
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Ironía: el rey Juan Carlos presidía,
en este momento,en forma honorífica,
la World Wild Fundation.
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[2] Tal vez el primer ejemplo documentado de este fraude lo encontremos en el antiguo Egipto, en el que el faraón Ramsés II, hace más de tres mil años, hizo escribir un gran poema épico y grabar en muros de piedra una versión muy lejana a la realidad de su guerra contra los hititas.
Ramsés II en la batalla de
Qadesh contra los hititas.
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[3] La mayoría de los textos de Safo que se conservan son poemas de amor a mujeres. Hasta tal punto se convirtió en símbolo de esa tendencia sexual, que las palabras safismo y lesbianismo son, actualmente, sinónimos de homosexualidad femenina.
[4] Incluso en pleno siglo XX, había ediciones de clásicos griegos en las que se suprimían los pasajes en los que se evidenciaba la existencia de relaciones sexuales masculinas.
[5] Ya en el siglo XVIII, muchas jóvenes casaderas de clases acomodadas aprendían a tocar el piano, lo que, según el criterio existente, mejoraba sus posibilidades matrimoniales.
[6] En FUNCIONES DE LA MÚSICA, 1ª PARTE, publicado en junio del 2012 en este mismo blog, hay un material extenso sobre el tema de los castrati.
[7] Se dice que era mejor pianista que el hermano, lo que es bastante decir.
[8] A los 13 años, como regalo sorpresa a su padre, tocó de memoria, completo, uno de los volúmenes del Clave bien temperado de Bach.
[9]Este compositor, que en esa época el público estaba redescubriendo, apasionaba a Fanny, y su madre afirmaba que había nacido “con los dedos para tocar fugas de Bach”.
[10] Se considera que probablemente fue ella quien inventó el género canciones sin palabras, que él cultivó abundantemente. Y eso ocurrió, claro, después de la infancia.
[11] Parece haber sido un intento suicida, pero hay quien sostiene que estaba buscando la nota sol, que se le había perdido.
[13] Lo único que se conserva de sus obras son 16 lieder, de los que no conozco grabación.
[14] Tuvieron una hija, Manon, que murió de poliomielitis a los 18 años. El compositor dodecafonista Alban Berg le dedicó su concierto para violín, llamado A la memoria de un ángel.