martes, 23 de abril de 2013

MÚSICA Y MITO

-          ¿Sabe usted, profe, por qué Beethoven escribió el Claro de luna?
-          No, ni idea.
-     Como a Beethoven le gustaba mucho la naturaleza,  una noche, una noche de luna, andaba paseando por los bosques de Viena, seguramente para inspirarse. Allí se encontró con una cieguita y ella se lamentó de no poder ver la luz de la luna  a través de los árboles. Entonces Beethoven le dijo que no se preocupara, que él se la iba a mostrar. Y a continuación compuso la sonata.

Esta explicación de la génesis de la famosa obra me la dio hace algunos años, muy
seriamente, un joven pianista que concurría a mis clases. Me dejó reflexionando. Yo sabía, desde  mucho tiempo atrás, que la historia que nos “venden” es, con frecuencia, pescado podrido. Y, por supuesto, no sólo la musical.  También había aprendido que la historiografia romántica tiene muchas dificultades para separar la obra de un creador de su personalidad, que, para ella, un gran autor tiene que ser también un gran ser humano. Y que somos herederos de esa concepción.[1] Se dan, entonces, dos clases de inventos (a veces, sólo omisiones): el invento gratuito (como el de la cieguita o aquel otro que leí siendo niño: Schubert estaba componiendo la Sinfonía inconclusa; llegaron unos amigos y lo invitaron a un paseo; la guardó en una gaveta, se fue con ellos y se olvidó para siempre de la obra), y el otro, basado en la necesidad de demostrar la supuesta grandeza e intachable moral (para los valores predominantes) del creador que nos ocupe en ese momento. Ambos pueden mezclarse.

Tienen que ser casos extremos, como el del poeta francés Charles Baudelaire, para que se renuncie a la versión edulcorada de la biografía[2]. También en la música nos encontramos con situaciones similares. Ha sido imposible ocultar el antisemitismo y la vanidad de Wagner, por ejemplo. Pero mucho menos se habla de su evolución política. Comenzó siendo un revolucionario y terminó sosteniendo las posiciones más retrógradas. En el gran y fracasado levantamiento popular de 1848,  que se produjo en casi toda Europa, hubo orden de captura contra él; Liszt lo escondió, organizó su huida y financió su exilio. Unos años después (y sacando indudable provecho personal de sus relaciones con los poderosos, sobre todo con el rey Luis II de Baviera[3], que admiraba ciegamente al músico), cambió radicalmente su ideología[4].

N
No, no es Disneylandia. Se trata del
castillo de Neuschwanstein, residencia
habitual del rey Luis II de Baviera
Incluyo aquí dos fragmentos de óperas de Wagner:
En primer lugar, uno de los más taquilleros, la Cabalgata de las Valquirias y, a continuación, el Preludio de Tristán e Isolda, considerado como un importante antecedente de la música atonal.






Vivimos en una sociedad homofóbica (aunque ha ido de más a menos), lo que explicaría el esfuerzo por ocultar la orientación sexual de algunos compositores. Sería mal visto que iconos de nuestra cultura vieran ‘ensuciada’ su imagen con esas ‘desviaciones’ socialmente inaceptables[5].
La opinión sobre el Chopin compositor ha sufrido algunos vaivenes. Durante su vida fue muy admirado, pero más todavía como profesor (incluso en mayor medida que como pianista). Cuando llegó a París, siendo muy joven, parece que las clases altas francesas pagaban cualquier cantidad de dinero[6] por sus lecciones. Y Schumann, que lo apreciaba enormemente también como creador, decía que su primera balada, en sol menor, era “la más original e ingeniosa obra para piano”. Incluso un movimiento de su Carnaval se llama Chopin.




Sin embargo, por creer dogmáticamente en la superioridad de la música centroeuropea, René Leibowitz, un discípulo de Schoenberg más conocido por lo que dijo que por la música que escribió, llegó a tildarlo, con condescendencia, como “el más genial de los aficionados”, demostrando así su terrible incapacidad para salirse del libreto germánico[7], incapacidad compartida con muchos otros. Tampoco ayudó a Chopin, en este sentido, el éxito popular de algunas de sus piezas, que tendió a reducirlo al sentimental decimonónico enfrentado a la solidez estructural centroeuropea. Pero esto no era más que un espejismo. El polaco es, debajo de su aparente libertad romántica, tan sesudo como los otros grandes (y  pongo dos ejemplos en los que no creo que haya discusión: Bach y Beethoven), tan riguroso y al mismo tiempo expresivo como el que más.

No obstante, estas discrepancias desaparecen cuando se trata de su vida. Todos, sin excepción, lo identifican con la tuberculosis, la enfermedad –muy prestigiosa en ese tiempo[8]- que lo llevó a la tumba. Pero se evita una clara referencia a su vida sentimental. Con elegancia se dice, por ejemplo y como de pasada, que en su juventud se comunicaba emocionalmente más con hombres que con mujeres y nos envían a la correspondencia con Tytus Woyciechonski, un amigo íntimo,  para revelar su indecisión.

No se trata, por supuesto, de escribir una historia amarillista, sino de enfrentar la realidad tal como es, de no eludir la verdad, que la mentira nunca lleva a buen puerto.

Schubert
Un caso todavía más diáfano es el de Schubert, que murió a los  31  y en su corta vida compuso alrededor de mil obras. No fue un niño prodigio. Sus primeras composiciones son de los 14 o 15, lo cual significa que esa enorme cantidad de creaciones las escribió en poco más de 15 años. Por supuesto, no toda su producción tiene la misma calidad, pero si Beethoven o Bach hubieran muerto a esa edad, no tendríamos la opinión que tenemos de ellos, pocas serían las grandes obras que nos hubieran dejado. Incluso de Mozart, que vivió sólo 36 y comenzó a componer a los 5, no conoceríamos, entre otras, el Requiem, ni sus óperas Don Giovanni, La flauta Mágica y Cosi fan tutte, ni el concierto para clarinete, ni el quinteto con clarinete, ni sus tres últimas sinfonías…

Además, podría considerarse en contra de la autoexigencia de calidad, el hecho de que Schubert fue uno de los poquísimos grandes músicos que no vivió profesionalmente de su arte[9]. Su público fue, casi siempre, un grupo de amigos, fervientes admiradores, y no estuvo sometido al juicio (muchas veces también desacertado, por cierto) de un auditorio más amplio y crítico.

Sin embargo, ubico algunos de sus lieder, por ejemplo el ciclo Viaje invernal, entre las  obras maestras de la música occidental[10].




Por otra parte, Schubert es identificado con la inocencia y la ingenuidad. Y de esas cualidades atribuidas a su música se ha pasado a encontrarlas en su persona. Su poco atractivo físico, su timidez, su incapacidad para la vida práctica, han sido utilizadas para reforzar esa imagen.

Schubert (atrás) y el imponente barítono 
Johann M.Vogl.Caricatura realizada por 
Franzvon Schober, uno de los amigos
íntimos del compositor.
Hasta no hace mucho se tendió a ocultar su real manera de ser, a pesar de que Josef Kenner, miembro del grupo que organizaba las “schubertiadas” (en las que Franz canta y toca, y después se bebe y  conversa hasta altas horas de la madrugada), dice que “cualquiera que conozca a Schubert sabe que tiene dos naturalezas contradictorias, que el deseo vehemente de placer puede hundirlo en la degradación moral”. Y otros amigos, al ser consultados en la década de 1850 por un biógrafo, coinciden con esta opinión, aunque de manera menos precisa: “Schubert tenía una doble naturaleza: la alegría vienesa junto a una profunda melancolía; era, al mismo tiempo, un poeta y un hedonista”. En 1825, cuando Schubert todavía estaba vivo, Anton Ottenwald, también integrante del núcleo de amistades, afirmaba que, por un lado, sus obras proclamaban su genio, pero, por otro, estaba prisionero de las “pasiones de una ansiosa y ardiente sensualidad”. Y hay más testimonios. A pesar de ello, tuvieron que pasar muchísimos años para que se aceptara por fin la realidad[11]: Schubert tenía que ser, en su vida, tan transparente como en mucha de su música, los historiadores se resistían a admitir otra cosa.

Incluso, algunas biografías omiten hasta la sífilis (enfermedad pecaminosa) que lo mató, mientras que en otras, que no lo hacen, se vislumbra la pretensión de sugerir la heterosexualidad de Franz, puesto que, en apariencia, fue una prostituta quien lo contagió.

Tal vez el caso señero de distorsión de la personalidad sea el de Beethoven, sin duda, uno de los más grandes compositores de la historia de occidente, pero muy alejado del mito que se ha tejido en torno a su persona. Tuvo un comportamiento sin par al seguir componiendo (y, además, sus mejores obras) estando absolutamente sordo, es asombrosa la forma en que derrotó al infortunio: un héroe, sí, pero sólo en su relación con la música.

Lo insólito es que en sus implicaciones políticas ha habido un gran sordo para cada gusto: nacionalistas e internacionalistas; demócratas liberales, marxistas y fascistas…, todos, desde los ángulos más diversos, han reivindicado su propio Beethoven[12].

Ya en vida fue considerado un personaje único. Tenía, sin duda, además del genio musical, una personalidad avasallante.  A su entierro asistieron entre diez y treinta mil personas, las escuelas cerraron, los soldados garantizaron el orden. El barón Zmeskall, que había sido su amigo, escribió: “ningún emperador de Austria tuvo unos funerales como los de Beethoven”. Hay, sin duda, pocos casos en la historia en que la figura de un artista alcance niveles tan altos de admiración, mezclando, a veces en forma confusa, su obra y su vida[13].


Grabado del funeral de Beethoven

Y se han elaborado numerosas leyendas en torno a su figura.

Sobre la base de un testimonio de Ferdinand Ries, alumno, amigo, copista y secretario de Beethoven  se sostiene (todavía) que cuando el compositor se enteró de que Napoleón se había autoproclamado emperador rompió la primera página de su 3ª sinfonía, que se llamaba Bonaparte, y la reescribió poniéndole el título de Sinfonía Heroica. Eso habría sido en 1804.

 Independientemente de que la proclamación de Napoleón le haya parecido negativa, las cosas no ocurrieron así. Su actitud ante Francia y su líder fue contradictoria desde mucho antes. En los últimos años del siglo XVIII compuso canciones patrióticas inspiradas en las campañas de los Habsburgo contra Napoleón, en el mismo momento en que, se dice, mantenía estrechas relaciones con el embajador francés, y en 1802 (¡poco antes de comenzar a escribir la 3ª sinfonía dedicada a Bonaparte!) rechazó la propuesta de componer una sonata dedicada a Bonaparte porque éste había traicionado la Revolución al suscribir un concordato con el Vaticano, en 1801. (Y, aparentemente, aunque después le cambió el nombre, nunca rompió la primera página de la sinfonía.)

Podría pensarse, además, que la dedicatoria a Napoleón, lo mismo que la de la Sonata op. 47 para violín y piano al violinista francés  Rodolphe Kreutzer, escrita poco antes, están relacionadas con un viaje que iba a realizar a Francia y que fue cancelado más o menos en el mismo momento en que eliminó el ofrecimiento a Bonaparte.




Vinculada con esta leyenda hay otra, la del Beethoven republicano. El fue, sin duda, un producto del Siglo de las Luces y muchas veces demostró ser partidario de una sociedad más justa, con más libertad, y, en su obra, hay ejemplos en ese sentido[14], pero nunca manifestó su rechazo al sistema monárquico. Su ideal, como el de muchos otros en esa época, era “el príncipe bueno”, en cierto sentido asimilable al “despotismo ilustrado” que practicaban algunos monarcas influidos por el pensamiento de la Ilustración[15].

No voy a incluir aquí, porque no me parece un argumento válido, la relación personal, en algún caso de profunda amistad, con sus mecenas, de origen noble (el conde Waldstein, el príncipe Lobkowitz, el príncipe Lichnowsky, el archiduque Rodolfo…). Me sorprende un poco más la que sostuvo con el conde (después príncipe) Razumovsky, a quien le dedicó los tres magníficos cuartetos Op. 59, que fue su principal patrocinador a partir de 1808. Razumovsky era, además de músico aficionado, embajador, en Viena, de la monarquía más retrógrada de Europa, Rusia. Fue caracterizado por un contemporáneo como “tan enemigo de la Revolución como amigo de las mujeres”.

En donde, sin duda, el comportamiento de Beethoven se pasa de la raya es en el Congreso de Viena. Este congreso, que se inicia en 1814 después de la derrota de Napoleón, reúne a los monarcas europeos, es decir, a los que representan todo lo que supuestamente Beethoven rechaza, que buscan restaurar el ancien régime[16]. Allí está él, declarado ciudadano de honor de Viena, homenajeado por distinguidos personajes, presentado a los distintos monarcas, obteniendo una audiencia con la emperatriz de Rusia, a quien le dedica la Polonesa para piano, Op. 89. Y, según su biógrafo Anton Schindler, recordando después esos días con emoción, alardeando, incluso, de su relación con las testas coronadas.

Por otra parte, en determinado momento, intentó convencer que el van de su apellido, que en los Países Bajos de donde provenía su familia es absolutamente plebeyo, indicaba un origen noble, como el von alemán.

A la luz de estos hechos resulta difícil afirmar que era republicano.

Su fracaso con el otro sexo es proverbial. Una de las razones parece ser que elegía equivocadamente: mujeres que no se interesaban por él, que ya estaban casadas o comprometidas, o que se encontraban en un nivel social que les hacía imposible optar por un hombre de su status, por más que lo admiraran. Se enamoraba muy intensamente, pero, en general,  por poco tiempo.

En este asunto hay un caso muy ilustrativo, no acerca del comportamiento del músico, sino sobre la irresponsabilidad de sus biógrafos, el relativo a la que han llamado, la “amada inmortal”. Se conservan unas cartas de amor enviadas por Beethoven, sin destinataria y con la fecha incompleta. Una de ellas dice sólo: lunes 6 de julio. El primero que las tomó en cuenta, cuando las cartas fueron publicadas, en 1840, le atribuyó un año (1806) y haber sido enviadas a una determinada condesa, lo cual mantuvo más adelante, a pesar de saber ya que la susodicha señora, en esa fecha, estaba casada viviendo en Italia. Otros biógrafos aceptaron como buena su interpretación, hasta que más de treinta años después otro historiador demostró definitivamente que no podía ser la tal condesa. Pero apostó (sin ninguna prueba) por otra candidata, aunque manteniendo el año. Sin embargo, en1806, el 6 de julio no fue lunes. Sostuvo, entonces, que el problema estaba en que el autor de la carta había equivocado la fecha. Apenas hace pocos años parece haberse resuelto este detectivesco asunto, pero lo que resulta evidente es, una vez más, que debemos desconfiar de los que nos cuentan la historia, que pueden tener razones ilegítimas, arraigados prejuicios o, simplemente, falta de seriedad para decir lo que dicen.

También es proverbial su mal carácter. Ya la señora von Breuning, figura materna después de la muerte de la madre, cuando Ludwig tenía 15 años, hablaba de sus “maneras obstinadas”, de su ocasional irracionalidad y testarudez y también de sus “arranques”.

Siendo bastante joven, comía un día con unos músicos amigos en un restaurante. Estos convencieron a la mesera que se le insinuara. Beethoven empezó a ponerse nervioso y terminó golpeándola, dándole un puñetazo en un oído.

En 1806 tuvo un violento altercado con el príncipe Lichnowsky, que en esa época era su principal patrocinador. Discutieron acaloradamente y alguien los separó cuando Beethoven le iba a romper una silla en la cabeza. Después hubo una especie de reconciliación y, en apariencia, el príncipe lo siguió financiando, al menos por cierto tiempo.

Hay otros hechos similares. Todos ellos muestran la incapacidad del músico para contener sus emociones. Pero la cosa va más allá. Se sabe, por ejemplo, que comenzaba a reírse ruidosamente sin que hubiera ningún motivo para ello, que gritaba por la calle, que tenía obsesión con el dinero y contra determinadas personas, que súbitamente se ponía furioso, que cuando se irritaba era “un animal salvaje”, que lo dominaban sentimientos de persecución, etc.

Incluso circula insistentemente la versión de que en los primeros años de la década de 1820 fue arrestado porque salía de noche a fisgonear por las ventanas. Pero la policía, que lo consideraba un desequilibrado, no se animaba a meterse mucho con él porque tenía importantes amistades en las altas esferas del gobierno. Sus amigos no eran precisamente el emperador ni el ministro Metternich, artífice de la restauración del antiguo orden después del derrumbe del imperio napoleónico. Beethoven consideraba como uno de los pecados más graves, la falta de libertad de pensamiento, libertad ahora absolutamente inexistente en el imperio austriaco. (También le preocupaban  las devaluaciones de la moneda, en parte, con seguridad, por su obsesión por el dinero.) Y, dado su carácter; decía imprudentemente de ellos las peores cosas.

A pesar de su popularidad, de que lo consideraban muy probablemente un loco genial, sublime -que es lo que era-, había quienes no lo apreciaban. Después de un recital, decía el jefe de la policía secreta, el barón Hager von Altensteig: “…no sirvió para aumentar el entusiasmo por el talento de este compositor, que tiene partidarios y adversarios. En oposición a sus admiradores, representados, en primer lugar, por Razumovsky, Apponyi, Kraft, etc., … que adoran a Beethoven, hay una abrumadora mayoría de conocedores que se rehúsan a escuchar estas obras en lo sucesivo”. Podríamos pensar que el cargo que desempeñaba le impedía, al barón, opinar con objetividad.[17]
 
Se podrían agregar otros hechos que muestran las contradicciones de la personalidad de Beethoven (su extraño comportamiento con Haydn, primer profesor que tuvo en Viena, a quien habitualmente le mentía, alguna vez con lamentables consecuencias; el empecinado odio contra su cuñada en la lucha por la custodia de su sobrino Karl, odio que lo llevó a sostener, no sólo toda clase de fantasías acerca de esta mujer, sino a afirmar que el muchacho era su hijo –de él-, etc.),  pero con lo dicho parece suficiente.

Indudablemente hay por lo menos dos Beethovenes. Uno, idealizado a partir del encuentro de una verdad parcial[18] con  la necesidad de credulidad que tenemos los seres humanos, un Beethoven que bien puede estar representado en este famoso retrato.

Beethoven bajo la lluvia
Y este otro, tal vez mucho más cercano a la realidad de sus últimos años.

Beethoven es uno de mis compositores favoritos. Si me deportaran a una isla desierta, permitiéndome llevar unos pocos discos, iría conmigo, sin duda, su último cuarteto, el opus 135, que quiero compartir ahora con ustedes.



                                           








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Este material tiene varios propósitos. Por un lado, mostrar que los grandes creadores son seres humanos reales, de carne y hueso, con cualidades de distinto signo, como todos nosotros; que no debemos caer en la tentación de idealizarlos, de construirlos de yeso o, tal vez, de algún material más noble pero igualmente frío e inanimado. Por otro, rebelarnos contra la mentira, contra la transformación de la historia en un cuento de hadas en el que sus protagonistas se nos aparecen lejanos, inalcanzables, como pertenecientes a una especie superior, no sólo en su aspecto creativo. Y también, rechazar los prejuicios, que llevan a negar lo innegable en nombre de una moral trasnochada. Por último, afirmar que la música se vale por sí misma, que no debe sostenerse de ningún andamio exterior para alcanzar su objetivo, tanto al crearla como al disfrutarla.



[1] Una anécdota más, de otro estudiante,  también pianista, que ilustra esta afirmación. “Prefiero que me mientan”, me dijo más bien molesto, en una oportunidad en la que yo sostenía, a partir de un caso concreto,  que el valor de una obra debe buscarse en ella misma. Y agregó: “Si me mienten así, interpreto mejor”.

[2]  A Baudelaire se le llamó ‘el poeta maldito’, tanto por los excesos de su vida como por el contenido de su obra. Cuando, en 1857, fue publicado su famoso libro “Las flores del mal”, fue procesado (sin cárcel) por “ofensas a la moral pública y las buenas costumbres”. Respondió: Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian  las palabras inmoralidad y moralidad en el arte, me recuerdan a una puta barata que me acompañó al Louvre, donde ella nunca había estado, y empezó a sonrojarse y taparse la cara. Tirándome de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias”.

[3] El caso de Luis II es muy peculiar.  Coronado a los 18 años, identificado con el ideal absolutista, homosexual aparentemente pasivo, de gustos extravagantes, destronado por loco (aunque hay quienes sostienen que ese fue un falso argumento), murió ahogado, probablemente asesinado,  en el lago Starnberg. En 1863, cuando Wagner publica ¡una súplica de asistencia económica!, Luis responde positivamente: le paga sus cuantiosas deudas y le asigna un salario comparable al de un ministro, situación que mantiene durante muchos años. Asimismo, su financiamiento hace posible la realización de los primeros festivales wagnerianos de Bayreuth. El músico fue, también, consejero  político del rey.

[4] El excelente pianista y director Daniel Baremboim, judío y wagneriano de pura cepa,  que lucha desde hace muchos años por una solución justa y pacífica al conflicto palestino, ha tenido muchos problemas en Israel por interpretar allí música de Wagner, emblema del nazismo. Dice Baremboim: “…si alguien me concediera el deseo de pasar veinticuatro horas con algún gran compositor  del pasado, Wagner nunca sería una opción. Me encantaría compartir un día con Mozart. Sería una jornada divertida y edificante. No así con el Wagner ‘persona’, que me resulta absolutamente despreciable y que, en cierto sentido, es difícil de asociar a la música que escribió el Wagner ‘compositor’, impregnada de otras ideas y sentimientos, como la nobleza o la generosidad.” (Fue, sin duda, un inmenso compositor,  pero, en lo personal, no descubro nobleza y generosidad en su música. Sin embargo, respeto la opinión contraria, apasionadamente sostenida por millones, en muchos casos musicalmente muy autorizados. Nos separa, por lo menos,  una sustancial diferencia de gusto estético.)

[5] Sólo en casos imposibles de encubrir, como el de Chaikovsky, se revela ¿toda? la verdad.
 
[6] Que no le entregaban directamente, sino que dejaban sobre el piano.

[7] Antes del predominio alemán –que hace tiempo finalizó -  hubo en Europa preponderancia de otras regiones (Francia, Países Bajos, península itálica). Y, lo más importante, mientras tenían lugar esas transitorias preeminencias, encontrábamos, en distintos lados, magníficos ejemplos de grandeza creativa.

[8]  El romanticismo buscaba eludir la realidad y no estaba a gusto con el presente. Huía hacia el futuro o hacia el pasado y encontraba en la enfermedad física o aun más en la locura, una dimensión sustitutiva de la “normalidad”. El artista tísico podía angustiarse mucho con su mal, pero era, en cierto sentido, un privilegiado. Dejar el mundo después de haber estado esparciendo bacilos de Koch por todas partes (en esa época no se conocía su existencia) era la forma más romántica de morir.
 
[9] ¿Y cómo se comportaron los editores con él? Diabelli, compositor menor, dueño de una editorial, rechazó, en primera instancia, publicar algunos de sus lieder porque, según él, eran “tonterías”. Pero cuando Franz se los cedió en exclusiva, junto con la Fantasía del caminante, para piano, por un precio ridículo, hizo muy buen negocio con las obras. Y Peters, titular de una de las más importantes editoriales musicales de Alemania, afirmaba: “Mi esfuerzo va dirigido a los artistas ya consagrados y si puedo ganar bastante con ellos, tengo la obligación de dejar a otros el trabajo de revelar a los compositores jóvenes”. ¡Una filosofía maravillosa!

[10] Este ciclo parece que fue muy fríamente recibido por el círculo de sus fans. Según se dice, sólo la canción incluida en este blog (El tilo)  gustó a alguno, únicamente a alguno de ellos.

[11] No sabía ganar dinero. Fue mantenido por varios amigos con los cuales vivió sucesivamente. Un dato curioso es que sus amistades lo enterraron vestido de monje.

[12] En la celebración del centenario de la muerte, en 1927, el gobernador del Estado de Nueva York afirma que “Beethoven era un verdadero demócrata con elevadas aspiraciones éticas y eso hace que su mensaje sea vital para nuestra época”. Mientras tanto, en la misma ocasión, en la URSS, el comisario de Cultura dice:”la visión del mundo [de Beethoven] coincide en sus principales elementos con la del proletariado”. Y en Berlín, en 1945, casi finalizando la guerra, la radio alemana saluda el cumpleaños de Hitler con  la  Séptima sinfonía y, poco después, anuncia su suicidio con la Marcha fúnebre de la Heroica.
Un siglo antes, en Bonn, ciudad natal del artista, se inaugura su primera estatua. Asisten a la ceremonia la flor y nata de la música europea, mucho público –mayoritariamente burgués-, los reyes de Prusia y la reina Victoria de Inglaterra, que se encontraba de visita. Había un palco especial para la realeza. Cuando cae el velo que cubre el bronce, entre aplausos, gritos, salvas de artillería, fanfarrias y doblar de campanas, los reyes reciben una muy desagradable sorpresa: desde su palco sólo pueden ver “la parte posterior del cuerpo”, como alguien dijo. “Desgraciadamente –escribe la reina Victoria en su diario-, la estatua nos daba la espalda”. Imperdonable falta de respeto, que persiguió al responsable del error hasta su muerte.
La Oda a la alegría, parte del último movimiento de su sinfonía es el himno de la Unión Europea; antes lo fue de Rodesia, Estado que desapareció y que se caracterizaba por su  sistema cruelmente racista.

[13] La oración fúnebre fue escrita por Franz Grillparzer, uno de los más connotados intelectuales austríacos. Dice en un momento: “Fue un artista, ¿y quién puede alcanzar análoga categoría, a su lado? […] Fue un artista, pero también un hombre, un hombre en todos los asentidos, en el sentido más elevado de la palabra”.

[14] Por ejemplo, el argumento de su ópera Fidelio y las oberturas Leonora, sobre el mismo tema. El drama Egmont, de Goethe, para el que escribió una música incidental, muestra la lucha por la libertad, sí, pero protagonizada por un aristócrata; en definitiva, “el príncipe bueno”. Y el texto de la Oda a la alegría también es conciliador.

[15] Esta fue una época muy compleja. Los mismos “déspotas ilustrados”, influidos por las nuevas ideas, procedentes del Iluminismo, persiguieron  después a los representantes de éste. Nos encontramos en la transición entre el sistema feudal y el capitalista, proceso en el que la Revolución Francesa (así como la Revolución Industrial, con su centro en Inglaterra) y el período napoleónico tuvieron una importancia capital.

[16] La derrota de Bonaparte le dio aire a la aristocracia durante un siglo más, hasta la Primera Guerra Mundial (1914-18). Pero con todo y restauración, el viejo orden ya no pudo ser el mismo. Bajo la  bandera del Imperio, Napoleón había diseminado el capitalismo por todas las tierras conquistadas y, entonces, la nobleza gobernante fue, en casi todos lados, una nobleza aburguesada.
[17] Estrictamente en el plano musical  y, en gran medida dentro de un pleito de estilos, nos encontramos con algunas interesantes opiniones. Chopin decía algo así como que el problema de Beethoven era que había hecho de su trasero un absoluto. Por su parte Debussy, refiriéndose a la música alemana en general, se quejaba de su necesidad  de insistir e insistir en lo mismo, de decir todo, en vez de hacer un arte de alusiones, de “misteriosas analogías”, que es completado por la imaginación del  oyente.  Sobre la  sinfonía sostenía que se la había envuelto en “una niebla de palabras y epítetos. Cabe asombrarse de que no haya quedado sepultada bajo la avalancha de prosa que ha suscitado. Wagner propuso completar su orquestación. Otros pretendieron explicar su anécdota mediante luminosos cuadros. Admitiendo que esa sinfonía tenga misterio, quizá se podría esclarecer, pero ¿sirve de algo?”. Y Eric Satie, que era un humorista, dice en sus Memorias de un amnésico que ha comprado un falso manuscrito de otra sinfonía de Beethoven. “De las músicas del músico grandioso, esta décima sinfonía es una de las más suntuosas. Sus proporciones son vastas como un palacio, sus ideas, umbrías y frescas; sus desarrollos, precisos y justos. Esta sinfonía tenía que existir: el número 9 no casaba con Beethoven. Le gustaba el sistema decimal: ‘Tengo diez dedos’, explicaba”.

[18] En una carta de los primeros años de la década de 1820, en la que murió, establece cuáles son, para él, los elementos espirituales más relevantes: la Humanidad, Dios y la Naturaleza. Pero, simultáneamente salía por las noches a espiar a sus vecinos por las ventanas.


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